miércoles, junio 14, 2017

ACUSACIÓN SEXUAL AL ROJO (EN DEFENSA PROPIA)

“El Aquelarre” también conocido como el Gran Cabrón (sic), ilustración que ni pintada de este articulo Que a fe mía que el culebrón del que me habré visto objeto y que habrá llevado a mi expulsión (manu militari) de la Biblioteca Real de Bruselas acusado de acoso sexual -sin pruebas y en base a acusaciones anónimas y confidenciales- parecería sacado de esa o de alguna otra de las célebres Pinturas Negras de Francisco de Goya
Lo prometido es deuda. Paso pues a comentaros en breve, lectoras y lectores de mi blog la nota de la parte adversa al recurso -en francés “requête”- que introduje por intermedio de mi abogada ante el consejo de Estado belga contra la decisión del director de la Real biblioteca de Bruselas, expulsándome del establecimiento por espacio de un año, acusado de acoso sexual (sic) en la persona de lectoras -e investigadoras- asiduas del establecimiento. La nota en cuestión, a nombre de la Secretaria de Estado belga a cargo de la Política Científica -organismo de tutela del que depende la Real Biblioteca de Bruselas- , va firmada por dos abogados de un (prestigioso) despacho especializado en derecho administrativo, uno de ellos, joven letrado,y presumiblemente (por razon de sus apellidos) -y como no podía ser menos (se estaría tentado de decir)- de nacionalidad española.

El pliego de cargos cuenta diecisiete “testimonios”, diecisiete, como suena. Sin la menor referencia a una prueba material que los sustancie cualquiera. Y presentados -todos y cada uno de ellos- con pedido de confidencialidad (sic), es decir que no puedan ser -caso de verse aceptada , por dictamen del tribunal administrativo que entiende (procesalmente) del asunto, el Consejo de Estado belga, la solicitud de la parte adversa- ser puestos en conocimiento de la parte demandante.

Y es so pretexto del miedo (sic) que infunde -a las hipotéticas denunciantes- un posible careo con mi persona, habida cuenta de mi pasado judicial y de ser (sic) alguien conocido por actos de violencia. No voy a entrar aquí en el meollo jurídico de las cuestiones (innúmeras) que plantea el escrito procesal que aquí os estoy comentando, y es en atención a una mayoría de mis lectoras y lectores a los que presumo (mayormente) ignaros en la materia, pero a ninguno de los que aquí me leéis se os escapará el chantaje subyacente -vergonzoso y intolerable- agazapado tras la denuncia de la que me veo objeto.

Un chantaje al miedo que traduce una violación flagrante de derechos elementales omnipresentes en derecho procesal, en Bélgica en España y en cualquier país civilizado (y democrático) que se precie. Y con vistas a justificar un tratamiento gravemente discriminatorio demás, agravado por el hecho que el mismo argumento ad hominem (en contra mía) sirve ahora a la parte adversa para cuestionar mi posible regreso al establecimiento del que me habré visto expulso. Y es por el riesgo que correría (sic) por mi presencia al interior del establecimiento -y en la sala reservada a la que tenia acceso- la integridad física (sic) de las presuntas denunciantes. Chantaje y discriminación flagrantes.

Y es por razón de un pasado individual -que a todas luces sigue sin pasar-, propio e intransferible, y de la imagen en negro que arrastro de décadas de linchamiento en los medios. ¿Más ennegrecida aún por razón de la leyenda negra anti-española -y un marchamo inseparable de la misma, de innegable índole sexual (nota bene)- semi enterrada y siempre pronta a resurgir desde las honduras más recónditas de la memoria colectiva -y reconstruida- de los belgas? Cabe honestamente preguntárselo.

Y el (joven) abogado español que defiende ahora a la parte adversa en el caso en el proceso (administrativo) en que me veo envuelto, haría muy bien en preguntárselo a sí mismo, a la hora de ponerse a defender un litigio que redundaría -caso de que el tribunal les diese razón- en claro desdoro del honor de un compatriota (que lo sigo siendo salvo prueba en contrario) -y por mucho que me haya visto crucificado de antiguo en los medios tanto españoles como extranjeros- , y pari passu, del honor colectivo de la nación que quiérase o no encarno a los ojos de todos, por más que este último no brille en demasía -lo menos que cabe decir- por cima de los Pirineos.

¿Es mucho pedirle una reflexión de este tipo -y el actuar en consonancia- a un abogado español -joven y sin duda capaz y brillante, cabe suponer- al servicio del estado belga? No creo además -como diria Umbral- que nadie le pida tanto

ADDENDA Después de colgar este artículo tuve un encuentro puramente fortuito aquí en la calle -en Bruselas- con el abogado al que hago alusión de la parte adversa y su acento -y su "ll-ché" inconfundible- me descubrió tratarse de alguien no quizás de allí, sí de alguien en cambio que allí estuvo y vivió (hasta que se le pegó el acento)  ¿Qué tienen contra mí los argentinos (o algunos argentinos)? Me lo pregunto y les dejo la respuesta a mis lectores, con gusto (la mía ya la tengo por cierto) 

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