sábado, diciembre 03, 2016

JOSÉ ANTONIO Y LA LUCHA DE CLASES

Vista del (bello) pueblo de Malagón, en la provincia de Ciudad Real (comarca del Campo de Criptana, formando parte de la gran comarca de la Mancha) Fue teatro de un episodio mal conocido de la vida de José Antonio muy joven, recién acabada su carrera de derecho. ¿Dónde estaban diez años más tarde todos esos campesinos que José Antonio defendió entonces -bajo la Dictadura- contra los burgueses terratenientes, en el momento del estallido de la guerra civil y durante los años de la dominación roja que alcanzó en esa zonas de la España del Sur niveles inauditos de violencia social y de ensañamiento y de odio de clase (y de persecución religiosa)? Una visión victimista y de color rosa -y empapada de agua bendita- la de un campesinado español victima de las desamortizaciones y de los burgueses terratenientes que esconde mucho de teología de la liberación (con décadas de adelanto) y de dialéctica de lucha de clases, y que se vería en suma desmentida por la historia de España en el siglo XX
En un artículo antiguo -de hace ya mas de diez años- y vuelto a publicar ahora con retoques, que me acabo de cruzar navegando en la red se exhuma un episodio mal conocido de la vida de José Antonio, con veinticuatro años de edad a penas, en tiempos de la Dictadura cuando recién terminada su carrera de Derecho defendió ante la justicia a los campesinos del pueblo de Malagón en la provincia de Ciudad Real. Me estuve leyendo el articulo en detalle y con la mayor atención por su interés, por su claridad conceptual sin duda y también por la cuestión irresuelta -y de la mayor trascendencia- que planea sobre el mismo tanto en el plano histórico como en el socio-económico.

Y quiero recordar de mis lecturas (febriles) de muy joven, de las Obras Completas, que en uno los esbozos que dejó por escrito José Antonio con vistas a un proyecto de reforma agraria, se venia a plantear una cuestión previa por asi decir, y era la de la calificación o recalificación de tierras baldías y tierras cultivables, en la primera categoría de las cuales José Antonio -de lo que recuerdo- parecía incluir grandes extensiones de la España seca -grosso modo más de las tres cuartas partes del territorio de la península.

Y esa reforma agraria -o revolución pendiente- que no hicieron ni la Falange ni el régimen (o no en el sentido que propiciaban algunos) en lo que presuponía de recalificación de tierras la vino a cumplir la emigración interior (y exterior) o si se prefiere, el éxodo rural de finales de los cincuenta y de la década de los sesenta que vació (a medias o en sus cuarta partes) pueblos y zonas rurales de la España del Sur.

Como ocurriría sin duda en el pueblo de Malagón, del que me he venido a documentar sobre la marcha sin dejar de llamarme la atención las analogías sorprendentes que ofrece con otra localidad rural de la España del Sur, del otro lado de Despeñaperros, y me refiero al pueblo jiennense de Mancha Real de donde procedo por la vía paterna, y es que en los dos casos se trataba de localidades comparables por su importancia y tamaño y por el numero de habitantes, y que vinieron a sufrir prácticamente en simultáneo movimientos demográficos del mismo sentido y de la misma cuantía: una fuerte alza de población en la posguerra inmediata que llevó a los dos pueblos nombrados hasta alcanzar (o rozar) -a finales de los cincuenta y principios de los sesenta- la cifra récord de los doce mil habitantes para sufrir un bajón drástico a continuación de resultas de la emigración interior (y exterior mas tarde, sin duda también) Lo que en un caso como otro favoreció sin duda reajustes estructurales inevitables e inseparables de fenómenos de industrialización de un releve innegable y una modernización de la agricultura no menos indiscutible. Sin reformas agrarias confiscatorias. Ni expresión mas o menos velada o camuflada de la lucha de clases.

La clase es una realidad innegable del cuerpo social a través de los cambios históricos ,tanto en el ámbito rural como en el urbano, el aceptarla y mas aun el canonizarla como sifuera un motor esencial del cambio o del progreso social es lo discutible y es en el caso que nos ocupa de la España del Sur la historia de los dos últimos siglos ofrece un mentís irrefutable. Y en el artículo al que aquí hago alusión se deja traslucir ese trasfondo clasista al revés, a través de un enfoque de teología de la liberación (por llamarla así) en visión retrospectiva (y con décadas de adelanto, si nos situamos en la época aquella, los años de la Dictadura a l a que el articulo se refiere.

Un film de buenos y malos en el que los burgueses -léase los terratenientes rurales- iban (y lo siguieron yendo en la posguerra) de malos de la película. Y los campesinos de buenos en cambio, conforme una visión color rosa y en su doble versión además, una de ellas llamémosle clerical que achacaba a la desamortizaciones eclesiásticas todos los males del siglo diez y nueve español y con ellos la mala semilla de conflictos sociales que (conforme a esa ´óptica) vendrían a plantar aquellas. Y que no escondía menos un realidad innegable y era la de las llamadas manos/muertas cuyo nombre tiene no poco de revelador, a saber, del carácter asistencial -en francés “assistanat”- que llegó a cobrar la sociedad rural en ciertas regiones de España en los últimos siglos, y en un fenómeno de pobreza rural (endémica) que no era ajeno sin duda al pauperismo bíblico que la iglesia fomentaría con sus prédicas como con su práctica asistencial (y apostólica)

En vísperas de la desamortización eclesiástica la España del Sur estaba llena de pobres que vivían -o malvivían- de las manos muertas, léase de la Iglesia. ¿Era eso normal, quiero decir factible o viable históricamente ? El tiempo demostró que no. Y la otra versión de esa visión color rosa de la España rural a la que hago alusión se ve plasmada con gran claridad en el articulo -sobre un episodio mal conocido de la vida de José Antonio- al que aludía más arriba.

Y lo era la de un campesinado habiendo sobrevivido a la sombra de los grandes familias de la aristocracia herederas de la nobleza medieval que llevó adelante la Reconquista. Esa aristocracia rural acabaría evaporándose o emigrando -en gran parte- por razón de los cambios que acarrearía fatalmente modernidad y su vacío dejó a campesinos y burgueses terratenientes solos frente a frente. Una fatalidad histórica más de nuestro pasado (irresuelto) en la que pretender discernir donde estaban los buenos y los malos es una empresa tan inútil como estéril.

¿Donde estaban en el momento del estallido de la guerra civil, esos campesinos que aclamaban a José Antonio a penas diez años antes por haberles defendido de las pretensiones de los terratenientes, en una zona de la geografia española, la Mancha, la provincia de Ciudad Real, donde la dominación roja adquirió -junto con Andalucia- los mayores niveles de violencia social y de ensañamiento (y de odio de clases), y de persecución religiosa (que todo hay que decirlo)? A buen entendedor pocas palabras bastan

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