sábado, diciembre 31, 2016

DOS MIL DIECISÉIS ¿AÑO MALDITO?

El diario ABC traza en su edición de hoy un balance no cabe mas siniestro del año que ahora despedimos. Dos Mil Dieciséis ¿año maldito, en el que todo salio mal (sic) como así lo presenta el importante rotativo madrileño? Le enumeración de sucesos y acontecimientos más relevantes del año (aún) en curso no puede ser mas catastrófica y calamitosa desde luego en la óptica del referido balance, que viene a ser -para qué andarnos con eufemismos- la del conjunto de los medios, y de los institutos de sondeos, en una reacción lógica y comprensible de su fracaso tan estrepitoso, que les cuestiona seriamente y pone gravemente en entredicho. Del Bréxit al acuerdo de paz en Colombia, de las elecciones norteamericanas al desenlace de la batalla de Alepo -pasando sin duda por la caída del ex-secretario general del PSOE niño bonito de los medios españoles-, la historia, de pronto objeto de un formidable acelerón, habrá desmentido todos los análisis, todos los pronósticos (y todos los sondeos)

La libertad de prensa es un dogma inatacable del sistema democrático y saldría maltrecha de la revolución francesa, amordazada como se vería en la fase del Terror, y posteriormente, tras el golpe de estado del 18 Brumario que dio inicio a la dominación napoleónica. Y volvió a renacer con la revolución de 1830 que puso fin al régimen de la Restauración y al reinado de los últimos Borbones, cuando de ella se hizo abanderado un tránsfuga del régimen monárquico, a saber el vizconde Chateauabriand, que contribuyo así no poco a la caída de aquel, lo que la derecha nacionalista y monárquica -de la Acción Francesa- nunca le perdonaría (post mortem)

Durante el segundo Imperio (1850-1870) en Francia vio la luz una obra polémica que se vería reprochado más tarde -a efectos retroactivos- el haber servido de fuente de inspiración de los célebres (y mal afamados) "Protocolos de los Sabios de Sión", y era "El dialogo de Maquiavelo y Montesquieu en los infiernos", del teórico de la razón de Estado del tiempo del Renacimiento y el filosofo de la separación de poderes del tiempo de las Luces, lo que venia a ofrecer una alegoría del compromiso histórico que en esa obra se denunciaba entre unos medios manipulados por la alta finanza, que venían así a erigirse en puntales supremos del poder del estado en menosprecio y menoscabo de una separación de poderes y de una libertad de prensa que se veían así convertidas en cascaras vacías, despojadas de una substancia cualquiera.

¿La historia se repite? Las primaveras árabes que estallaron en ese año maldito -de verdad- de todas las desgracias que fue el de 2011 ofrecieron un espectáculo insólito y una muestra flagrante del poder omnímodo de una prensa global que manipulaba a su guisa la opinión publica mundial y en particular las masas en estado de efervescencia del mundo árabe/musulmán, con la ayuda de esa herramienta infalible y arma secreta formidable a la vez de las redes sociales.

Bastó que niñatos de catorce o quince años de pusieran a darle a la tecla o a llenar muros y fachadas de pintadas subversivas -convenientemente aireados y jaleados por la prensa global- para que regímenes que habían detentado una legitimidad indiscutible durante décadas y que habían innegablemente modernizado sus respectivos países bajo la bandera del socialismo/árabe se pusieran de pronto a temblar hasta acabar cayendo estrepitosamente uno tras otro. En España, la manipulación mediática de la indignación callejera -que no fue más que una primavera árabe a la española, hispano/árabe que me diga (o “españí)”- fue un fenómeno que tampoco se habrá visto reservado hasta ahora todo la atención y todos los análisis que sin duda se merecía.

La foto aquella de la Puerta del Sol llena a reventar el sábado (por la noche) que siguió a la eclosión del 15-M bajo el signo morado -inequívoco en extremo- de las tiendas que formaban la acampada aquella, dio no sé cuantas veces la vuelta al mundo en el espacio de unas horas, y se veria declarado foto/del/año en la prensa global (versión anglosajona) Y por supuesto, se mereció los primerísimos planos de la prensa española, o al menos de un sector relevante en extremo de la misma.

Un fenómeno de manipulación mediática que se veria precedido de otro del mismo cariz -a escala del planeta- que tampoco conseguiría atraer toda la atención y el análisis que se merecía en un caso insólito de unanimidad mediática, en las décadas que se sucedieron tras el desenlace de la Segunda Guerra Mundial en el 45. Y me estoy refiriendo a la apoteosis mediática (al compás de la cantinela aquella de "¡Juan Pablo II te quiere todo el mundo!") de la que se vio invariablemente objeto el papa polaco Juan Pablo a lo largo de su (interminable) pontificado.

De la noche a la mañana, las grandes potencias occidentales vencedoras de la Segunda Guerra Mundial se ponían a rendir unánimes pleitesía al jefe de una institución -religiosa y temporal a la vez- que se había visto declarada obsoleta y reducida a un estado de vasallaje por los poderes temporales hegemónicos en una era contemporánea a la que dio inicio la Revolución Francesa. Un milagro (sic) -léase un prodigio, un portento sin parangón en la historia de la Humanidad doliente- de natura mediática y audiovisual, que el mundo entero pareció celebrar, en una grandiosa farsa sacra y a la vez mediática y mundana -a escala del planeta- a la que su principal protagonista se prestaría con gusto desde el principio hasta el fin de su pontificado. ¿El combate a la manipulación vendría a caso a significar la vuelta a la censura?

Los regímenes totalitarios de la primera mitad del pasado siglo impusieron una férrea censura ideológica de los medios, es cierto. ¿Sufrió acaso más la Verdad (con mayúsculas) en ellos que en esa manipulación flagrante y grosera que parece ser la regla en el sistema democrático, tal y como habrá venido a destaparse clamorosamente el año en curso? La cuestión se reviste de golpe de sorprendente actualidad las horas que corren. El descrédito de la prensa global al que habremos asistido en este año que ahora acaba no deja des ser, como sea, un signo mayor de los tiempos. Cargado por cierto de augurios felices. Esa es nuestra apuesta. Y nuestro mensaje de Fin de Año (y de Año Nuevo)

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