miércoles, junio 22, 2016

¿BRÉXIT? CARTAS BOCA ARRIBA

Sir Oswald Mosley durante la batalla de Cable Street en el Este de Londres el 4 de octubre de 1936, en señal de apoyo a la España nacional, que enfrentó unos miles de militantes de la Union de Fascistas Británicos que él lideraba a una muchedumbre mucho mayor en número -judíos y obreros portuarios (católicos) irlandeses en su gran mayoría-, que acabaron enfrentándose violentamente a la policía, después que Mosley ordenase (in extremis) una retirada estratégica de los suyos para evitar derramamiento de sangre. La batalla de Cable Street -donde se vivieron escenas de guerra civil (como en la Castellana, en Madrid, apenas unos meses antes)- marcó un antes y un después en la vida de la capital inglesa los años que precedieron la Segunda Guerra Mundial. Las manifestaciones de paramilitares uniformados fueron prohibidas justo a seguir, pero aquella jornada puso fin a las campañas callejeras en favor de los rojos durante la guerra civil española. Londres no fue Madrid. Y la batalla callejera aquella sería botón de muestra ilustrativo de una de las grandes lecciones de la guerra civil española y de su impacto en los demas países especialmente en los países europeos: la clase obrera inglesa -como sucedió en Francia también- escarmentó en cabeza ajena con la guerra civil española. Gracias en gran parte a Oswald Mosley. Y a no dudar que el fantasma del político inglés "maldito" planea ahora de cerca sobre el referéndum de mañana jueves. Porque es innegable que un resurgir del patriotismo inglés -mayormemente en respuesta al aflujo migratorio- es lo que habrá aupado en la opinión pública a los partidarios del Bréxit y habrá llevado a la convocatoria del referéndum
Bréxit sí o no. Dentro de pocas horas lo sabremos. Inglaterra -su presente, su pasado, su futuro-, la madre del cordero para españoles. He dudado y titubeado mucho antes de decidirme a escribir esta entrada, a decidirme a esta apuesta que es lo que son estas líneas. No me sentí nunca especialmente pro británico, sino mas bien -en las antípodas de esa sensibilidad- germanófilo sin tapujos ni complejos, como ya lo tengo repetidamente declarado (y explicado)

El terrorismo del IRA y el padrinazgo que ejercieron sobre al ETA hicieron no obstante que acabase posicionándome (en relación con la problemática de Irlanda del Norte) dentro de una postura claramente “british” -”unionista”- y me movió a ello también la ambigüedad de la actitud de la iglesia católica en Irlanda y del Vaticano en el tema, y también del propio papa Juan Pablo II, lo que le mereció las imprecaciones que le lanzó el reverendo Ian Pasley (protestante) -en el incidente célebre que protagonizó en el Parlamento Europeo- al que aplaudí sin reservas en su momento.

Estuve en Inglaterra por vez primera y última en mi vida hace ya la friolera de cincuenta años a punto de cumplir diez y seis, coincidiendo con la final de la World Cup 66 (sixty-six) de fútbol. Fue en Liverpool, a donde vine a parar a bordo de un mercante de bandera panameña, de tripulación española y capitán de la misma nacionalidad que era un tío mío, que se hizo cargo de mí aquel verano sin duda a pedido de mi propio padre que entendía así premiar mis buenos resultados en los exámenes de Preuniversitario, lo equivalente si no me equivoco a la selectividad hoy día. Sin duda con el ejemplo bien presente del film aquél de “Luiso, María Matrícula de Bilbao”, por entonces en todas las bocas y en todas las mentes.

¿Me gustó Inglaterra? ¿Por qué debería negarlo? Sí. ¿Y por qué -entre paréntesis- nunca más volviste?, me replicará aquí de inmediato alguno. No lo sé. Como sea, la primera impresión -así siempre lo lo oí y lo pensé- es la que cuenta. Y mi primera impresión de Inglaterra fue como una aparición de media noche, entrando en el puerto de Liverpool, todo luces, en la oscuridad de la noche reforzada por la niebla, y oyendo las voces de mando por altavoz de la lancha que transportaba al práctico a bordo de nuestro barco. Welcome mister pilot! le oí a mi tío responder en voz alta y estentórea. Y yo extrañadísimo -sin lograr llegar a traducir directamente, el titulo aquél (de "pilot")- que se diera la causalidad que mi tío conociera al práctico aquél, y pudiera llamarle por su apellido (...) Aquel práctico se me antojó un inglés arquetípico, de un aspecto y fisonomía (que nunca después se me fueron de la cabeza) un tanto curiosas -en la óptica de un adolescente español de entonces-, pero la impresión de conjunto del primer encuentro aquél con todo un país me dejo un tanto fascinado lo confieso. Y lo que siguió no haria mas confiar mi impresión primera.

Estaba todavia lejos la caída en picado de aquel puerto marítimo inglés, puerta de embarque y desembarque de la Irlanda vecina, que una década mas tarde se vería declarado zona siniestrada, sepultada entre mil lacras y problemas. Y lo que yo vi y palpé respiré allí en cambio fue una Inglaterra -y una Gran Bretaña- en pleno auge, de enjambres de jóvenes minifalderas por la calle ataviadas estilo Twiggy y a la moda Mary Quant -y dando muestras de una libertad de costumbres que para mí era algo inédito por completo- y banderas de la Union Jack flameando en todas las esquinas y música de los Beatles en los oídos a todas horas, de ellos y de otros grupos de un estilo similar como los Bravos, españoles, que alcanzaron -con “Black is Black”- el número uno del top inglés (un respeto) precisamente los días que yo allí estuve y que parecían por su estilo yé-yé -y por el inglés irreprochable con el que cantaban- mas british que los propios británicos, signo de una época ya digo, de la hora inglesa por la que atravesaba Europa y por supuesto también España y los españoles. Veinte años apenas trascurridos del final de la Segunda Guerra Mundial que se saldó con una victoria inglesa (y con la derrota, que me diga la rendición española)

Una rendición -pactada por mediación vaticana- del régimen de Franco que asumieron por su cuenta las potencias anglosajonas vencedoras, firmantes del tratado de Yalta, y actuando en ese asunto por separado, independientemente de la Unión Soviética . La Segunda Guerra Mundial acabó en el 45 pero la guerra civil española -que fue su primer episodio o su primera batalla (enigma de los enigmas)- se prosigue todavía. Estados Unidos y en particular Winston Churchill, aliado notorio de la España nacional durante la guerra civil salvó al régimen de Franco -a través de una rendición condicional- de morder el polvo de la derrota. Esa es la verdad histórica.

Eso fue lo que anunció el “premier” conservador en un celebre discurso hacia el final de la guerra, y cumpliría su palabra imponiendo sin duda su punto de vista “español” en las conferencias de Yalta y Postdam donde se decidió el destino del mundo. ¿Inglaterra nuestro enemigo histórico? ¿Gibraltar la espina clavada en nuestro orgullo patrio y en nuestra dignidad de país soberano e independiente? Como diría Jack, vamos por partes. La hegemonía mundial que fue la de la España del Siglo de Oro, no la perdimos a manos de lo ingleses sino de Francia y de su monarquía absoluta que nos arrebató el cetro de primer a potencia del planeta a cambio de hispanizarse por dentro, como lo ponía al descubierto hace algunos años una obra de investigación histórica “Francia española (las raíces hispánicas del absolutismo francés)” que ya comenté en este blog, como lo hago más extensamente en mi último libro.

Y en Trafalgar no estuvimos solos sino aliados a la Francia de la Revolución que seguia haciéndonos sentir su hegemonía como lo ilustra la figura del que estuvo al mando entonces de la flota hispano francesa, el almirante francés Villeneuve. Digamos que España había figurado -por primera vez en su historia- entre los vencidos de la Guerra de los Treinta Anos que no era más que la continuación de las guerras de Flandes, y que el desastre de la Invencible -que algunos rememorándolo sentimos todavía como en carne viva- no fue más que un episodio (más) de aquella derrota, de una guerra a la que puso un punto final la paz de Westfalia. La Guerra de los Treinta Años ya pasó, la Segunda Guerra Mundial también, pero la guerra civil española todavía no, y en ella Inglaterra como tal no tuvo -ni tiene por qué tener hoy- una actitud beligerante, léase revanchista a favor de la memoria de los vencidos del 36.

¿Fue la City la que provocó nuestra guerra civil, como algunos -del bando de los vencedores nota bene- lo sostuvieron ? Una construcción de la mente, como dirían los franceses. Las guerras vienen primero, los especuladores de guerra sólo después, como el parásito en la herida abierta. Dos no se pelean si uno de ellos no quiere, reza el refrán. Y si el bando nacional pudo cantar victoria (relativa) al cabo de tres años de tragedia colectiva el Primero de Abril fue en parte gracias a la ayuda inglesa tan decisiva de los primeros momentos. Quien no es agradecido no es bien nacido.

Y no sólo entra en línea de cuenta -en este asunto del Bréxit- la guerra civil interminable sino también la guerra que se nos viene encima agazapada tras el choque de culturas. Los partidarios y propagandistas del Bréxit esgrimen de argumento de peso y sin duda de principal baza electoral la emigración en masa rampante (no europea) de la que acusan -sin duda cargados de razones- a la burocracia de la UE, y al laxismo aduanero de algunos de los países miembros. Entran por Grecia, o por Rumanía, o por Italia, o por Croacia -se dice a no dudar un inglés anti-Bréxit-, pero viene a parar aquí buena parte de ellos. Como lo ilustra la situación (fuera de control) creada a la entrada -del lado francés- del túnel del canal de la Mancha desde hace ya algún tiempo. Y que ese peligro o esa amenaza no es algo ilusorio sino bien real, lo ilustra el nuevo alcalde de Londres -la urbe más populosa del continente europeo-, pakistaní de ascendencia y musulmán sin remordimientos ni complejos.

¿Ni nos va ni nos viene a los españoles? Eso es lo que sin duda cada uno tenemos que resolver y decidir en nuestro fuero interno. Cosa hecha ya por lo demás, en el autor de estas líneas. Aquí todos ya conocen mi apuesta europea. Tal y como la vengo defendiendo en estas entradas desde hace ya un rato, sin tapujos ni complejos. No le debo nada a la UE quiero decir a su burocracia internacional, española o europea. Me crucé con ellos los treinta años que aquí llevo viviendo (en la capital de la UE) como si su futuro y el mío fueran en direcciones opuestas. Nunca supe lo que hacían aquí ni comprendí en absoluto la utilidad de su empeño. Una victoria pues del Bréxit no me merecería ni una lagrima desde luego. Una victoria del sí en cambio enardecería a los enemigos de la civilización europea y daría fuerte impulso a la invasión silenciosa y a la amenaza de suplantación (remplacement) que lleva tras de sí agazapada aquella.

¿Gibraltar argumento supremo? Los llanitos dicen que si sale el Bréxit se volverán del lado de España. Ocurre que los llanitos no son los catalanes, y que su palabra vale aún menos que la de algunos de nuestros líderes políticos. No les queremos. Y ocurre además también que Gibraltar no es nuestra prioridad nacional ni en política interior ni en política extranjera. Como no lo fue en la posguerra. En los más de doscientos años transcurridos desde la batalla de Trafalgar, nunca fue Gibraltar casus belli para España, ni siquiera en la Segunda Guerra Mundial ¿Por qué debería serlo ahora?

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